Rodolfo Martínez

«En la mente de Dios»» es uno de los relatos que componen la antología Vintage ’62: Marilyn y otros monstruos, seleccionada por Alejandro Castroguer y editada por Sportula.

En la mente de Dios, quizá él no está aquí y ahora, con el frío cañón de su pistola en la boca y el dedo en el gatillo.

En la mente de Dios, los acontecimientos son un mazo de cartas que se baraja una y otra vez.

En la mente de Dios, se dice, acaso los pocos que le conocen no piensan que es un ser frío, impasible, que cumple con su deber sin pestañear, sin que el pulso se le altere o le cambie la expresión; una criatura sin emociones, totalmente entregada a su deber, que no cuestiona jamás las órdenes y las ejecuta con una precisión que pone los pelos de punta.

En la mente de Dios, sin duda no estuvo en el montículo con el corazón hirviendo de rabia, el ojo en el punto de mira, el dedo ansioso alrededor del gatillo, los dientes apretados y la respiración convertida en un murmullo afilado y ronco.

En la mente de Dios, al fin y al cabo, el tiempo es un puñado de fichas de dominó que nunca se mezclan de la misma manera.

En la mente de Dios, seguro que él no cumplió la orden que le dieron, no se acercó a la casa de la actriz, no entró, no esperó oculto a que ella llegara, no la drogó y no provocó su muerte; y, sobre todo, no vio sus ojos frágiles cerrarse para siempre, no contempló una última vez aquel rostro desvalido que nunca había encontrado el padre que buscaba, no se maldijo a sí mismo por lo que acababa de hacer y no se fue de allí con una cosa hambrienta y rabiosa creciéndole poco a poco en las tripas.

En la mente de Dios, es posible que él jamás se arrepintiera de lo que acababa de hacer, que nunca cuestionase la orden que le dieron, que ni por un solo instante pensase en la vida quebradiza que acababa de romper para siempre.

En la mente de Dios, tal vez nadie estuvo en su casa, nadie la mató, nadie la impidió envejecer y destruir su leyenda con su propia vida.

En la mente de Dios, después de todo, el universo es un dado de caras infinitas que siempre está cayendo.

En la mente de Dios, quién sabe si la ira fría y ansiosa que nació en su vientre aquella misma noche no apareció jamás, si el dolor que a partir de entonces desgarraba sus entrañas cada vez que respiraba nunca existió, si el recuerdo de una última mirada, justo antes de adentrarse en el país desconocido de cuyas fronteras nadie vuelve, no atormentó su mente.

En la mente de Dios, a lo mejor él ni siquiera estaba allí por aquella época; ocupado, por qué no, en derrocar un régimen de izquierdas en el Sur o poner en el sillón del poder a un tirano de baratillo en el Este.

En la mente de Dios, piensa, puede que él no haya nacido jamás.

En la mente de Dios, existe la posibilidad de que él no haya estado en aquel montículo en Dallas quince meses más tarde, ansioso por apretar el gatillo y borrar para siempre de la existencia al hombre que dio la orden de matarla, la orden que él cumplió, la orden que, a partir de aquel momento, llenó su vida de la imagen de unos ojos tristes, un rostro de belleza frágil y un último suspiro lanzado hacia la nada, la orden que convirtió su existencia en una guarida de fantasmas desconsolados de la que no puede escapar.

En la mente de Dios, no hay nada que haga imposible la idea de que él y ella no fueron más que dos personas anónimas y grises que quizá se conocieron o quizá no, que tal vez se amaron o se resultaron indiferentes, que a lo mejor se hicieron daño o se curaron sus heridas.

En la mente de Dios, es muy probable que todo haya ocurrido exactamente igual a como pasó.

En la mente de Dios, ¿estará llorando cuando introduzca el cañón de la pistola en su boca; seguirá contemplando su mente esos dos ojos desvalidos que lo van a acompañar incluso al otro lado de la muerte cuando apriete el gatillo y sus sesos hayan decorado el papel pintado barato de la habitación del hotel?

En la mente de Dios, todas las balas disparadas al vacío acaban, tarde o temprano, encontrando su destino.

© 2012, Rodolfo Martínez
Reproducido con permiso del autor