Sergio Gaut vel Hartman

El Sueño del Rey Rojo es una novela del asturiano Rodolfo Martínez, un escritor muy conocido en España que, por culpa de los azares de la distribución comercial es ignorado, hasta ahora, fuera de ese país. Este libro aparece en un momento en que los escritores que se expresan en castellano parecen haber perdido el miedo a exhibir sus puntos de vista y se animan a crear sus ficciones a partir de problemáticas y necesidades propias.

Tal vez esto sea consecuencia de que han comenzado a descubrir que los fenómenos derivados de la tecnología les ocurren y afectan como a cualquier hijo de vecino que vive en New York, Londres o Tokio. Es que si bien los del Mundo Rico nos siguen llevando ventaja (y también a los españoles, aunque quizás un poco menos) en lo que a disponibilidad y manejo de tecnología se refiere, el modo en que esa tecnología se mete en la vida diaria de cualquiera se ha globalizado y uniformado gracias a la Red, a las comunicaciones casi instantáneas y a la puesta en simultáneo de casi cualquier hecho que ocurre en el planeta Tierra y sus vecindades.

En la novela de Rodolfo Martínez, ciencia ficción con todas las letras, no se percibe la distancia que ha desalentado a nuestro público y lo ha hecho preferir la ciencia ficción anglosajona a la hispana, presumiblemente porque la de ellos, en especial cuando hablamos de ciencia ficción en sentido estricto, resulta mucho más verosímil y convincente.

No es el caso. El sueño del Rey Rojo recurre a elementos de la novela policial para hacer progresar una típica trama de ciencia ficción que gira en torno a tres personajes bien peculiares. Álex es un hacker lisiado (ha perdido las dos piernas en un accidente y se niega a utilizar prótesis por razones que se explican oportunamente y no conviene revelar aquí) que disfruta/padece su relación con Andrea, una especie de entrometida profesional (o amateur, eso no queda claro) que ha encontrado un disco con un patrón para crear una inteligencia artificial en el bolsillo de un muerto sin identidad. Tal vez se trata del mismo patrón que Álex utilizó para crear una inteligencia artificial, la de Lúrquer, el ex-amante de Andrea (ex porque está muerto; aunque no tan ex, habida cuenta de que la entidad autónoma llamada Lúrquer es el tercer lado de un triángulo).

Tampoco quedan demasiado claras las razones por las que Lúrquer se ha suicidado a poco de «nacer» a la vida virtual, pero eso pasa a segundo plano porque la exploración de las posibilidades que ofrece la Red como espacio para jugar a las manipulaciones es ilimitado. Álex tiene en mente vengarse del Lúrquer original sometiendo a la IA que ha creado y a la vez conquistar a Andrea. Pero la chica no parece interesada en permitir que su relación con Álex evolucione. Los complejos sentimientos del hacker lisiado ocupan buena parte de la trama y sirven de sistema nervioso a las acciones que movilizan a los personajes. El problema es que Álex no puede controlar como desearía a Andrea, que no sólo goza de la posibilidad de moverse, entrar y salir a su antojo de donde se le ocurre —facultad de la que Álex carece, claro—, sino que además es indomable en el plano psicológico y absolutamente temeraria.

Largos párrafos de la novela están narrados en segunda persona, un detalle poco común. Álex le habla al Lúrquer virtual utilizando ese procedimiento, y es como si los lectores fuéramos los espectadores involuntarios de una conversación privada. Eso le confiere al texto un tono muy especial que potencia los intentos de los personajes por desentrañar un misterio sumamente espinoso. Los indicios le son suministrados al lector con cuentagotas y el manipulador en las sombras, el titiritero que juega o parece jugar su juego de ajedrez del otro lado del espejo, sólo aparece sobre el final y apenas para suministrar respuestas que conducen a nuevas preguntas.

Las menciones a Alicia y Lewis Carroll son intencionadas y para nada antojadizas, en especial porque la impotencia y la parálisis signan en gran medida la acción «interior» de la novela con una lógica muy similar a la de los sueños. Y Martínez ha elegido personajes obsesivos y complejos porque son los que mejor se adecuan al viaje a zonas desconocidas y misteriosas que nos ha propuesto, tortuosas, tensas, densas.

El Sueño del Rey Rojo no es una novela perfecta. Tal vez se le podría haber recortado alguna morosidad narrativa y la reiterada aclaración de ciertos rasgos de la personalidad de Álex. Pero vuelvo al punto de partida: el mérito de haber escrito sin complejos un tema próximo al mal llamado cyberpunk, evitando a la vez caer en la trampa de la imitación o el remedo para agradar al lector, me exime de buscarle la quinta pata al gato. Sólo cabe esperar que me pueda hacer con otras novelas de Martínez, en especial las muy elogiadas La sonrisa del gato y Sherlock Holmes y la sabiduría de los muertos.

Reproducido con permiso del autor.
© 2006, Sergio Gaut vel Hartman