De 7 en 7: Rodolfo Martínez

octubre 8, 2014
 

Rodolfo, creador de Sportula, lleva escribiendo desde que tiene memoria, afirma. Eso puede querer decir muchas cosas, entre ellas que su memoria ya no es lo que era. Empezó a publicar profesionalmente en 1995 y desde entonces no ha parado. No solo ha reeditado en Sportula buena parte de su obra, sino que también ha iniciado en ella alguna que otra serie, como El adepto de la Reina. Con   «El cadáver que soñaba» acaba de dar el pistoletazo de salida de una nueva serie de relatos policiacos ambientados en un escenario con reminiscencias de la antigua Roma.

La pregunta inevitable: De todas las cosas a las que podrías estar dedicándote, ¿por qué precisamente a escribir?

Cuestión de momento y oportunidad, sospecho. Habría terminado dedicándome a algún tipo de narrativa, de eso estoy casi seguro: mi mente está enfocada a las historias, a inventarlas, imaginarlas y desarrollarlas.

Pero pude haber sido guionista de cine o televisión, autor de teatro, creador de videojuegos, escritor de cómic… ¿Por qué la literatura, por qué la novela y el relato?

Básicamente porque los materiales que estaban a mi alcance durante la infancia eran una libreta y un bolígrafo y mi talento para el dibujo, más que nulo, es negativo. La única salida que tenían mis historias eran las palabras. Era lo más barato, en cierto modo.

De haber nacido en otra época quizá estaría intentando hacer películas en 3D o desarrollando videojuegos narrativos. Quién sabe.

El corolario a la pregunta inevitable: De todas las cosas sobre las que podrías escribir, ¿por qué precisamente literatura no realista?

Podría ponerme tonto y decir que el realismo me aburre, pero estaría mintiendo. Como lector, algunos de mis autores favoritos (Steinbeck. Delibes, Hammett o Cervantes, por citar algunos) hicieron literatura realista.

Pero como escritor, soy incapaz de escribirla. Lo he intentado y, antes de que me diera cuenta, lo maravilloso, lo especulativo o directamente lo sobrenatural se había adueñado de la página. Tengo el cerebro «cableado» de ese modo y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Decía Stephen King que si él y el autor de western Louis L’amour estuvieran contemplando el mismo lago al atardecer, a ambos se les ocurriría una historia. La de L’amour sería seguramente sobre los conflictos por los derechos de agua en la década de 1880 y la de King sobre un monstruo que sale por las noches a devorar las ovejas. La mía, seguramente, sería sobre el portal a otro universo que habría bajo el lago, o la base secreta de extraterrestres que ocultaban sus aguas.

La pregunta definitoria: ¿Escritor de brújula o escritor de mapa?

De brújula, sin la menor duda. Cuando inicio una novela tengo claro dónde estoy, cuál es el punto de salida. Y enseguida tengo claro adónde quiero llegar, sé la dirección en la que quiero moverme. Pero desconozco las escalas del viaje, la orografía del terreno o la climatología de cada sitio. Todo eso lo voy descubriendo a medida que echo a andar.

Siempre con la brújula a la vista para no perderme, siempre yendo hacia donde quiero, pero sin saber realmente cómo va a ser el viaje.

La pregunta prospectiva: Tu lector ideal. Esa entelequia que tienes en mente cuando escribes y que te gustaría que tuviera cientos de miles de implementaciones en el mundo real. ¿Cómo es ese lector ideal para el que escribes y qué espera encontrar en un libro?

Un tipo bastante parecido a mí mismo, supongo, con un paladar amplio, que no se sienta culpable por buscar el puro entretenimiento sin más trascendencia pero no rechace la complejidad, la reflexión y la buena especulación siempre que estén al servicio de la historia. Y, sobre todo, que le encante ver mezclados los géneros, adore la literatura mestiza, cuanto más mestiza mejor. Y que le gusten los libros con cierta retranca, con cierta mala leche oculta, con una o dos cargas de profundidad bien dispuestas aquí o allá en el texto.

La pregunta distópica: Vienes de un remoto futuro. Del colapso que sabes inminente, se te permite rescatar y llevar a tu época tres libros, tres películas y tres obras musicales. ¿Cuáles y por qué?

Tres libros: Yo, Claudio de Robert Graves, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y La colina de Watership de Richard Adams. La voz del viejo Claudio narrando su historia (y, de paso, diseccionando la sociedad en la que vive, tan despiadado con los demás como con sí mismo) es la de un viejo confidente que me ha acompañado casi toda mi vida. Y su tono familiar, su forma de narrar la historia casi como si te la estuviera contando al oído, siempre ha sido, para mí, la voz del narrador perfecto que he buscado a menudo durante mi carrera y que creo haber encontrado una o dos veces. García Márquez escribió el culebrón definitivo y demostró que se podía mezclar cualquier género literario y que las distinciones entre alta literatura y literatura popular eran mamarrachadas y zarandajas. Por último esa historia de un grupo de conejos que, ante un peligro inminente, dejan su madriguera y corren aventuras sin cuento me enseñó que se puede encontrar la épica en cualquier cosa, que todo es cuestión de perspectiva.

Tres películas: El padrino de Francis Ford Coppola. Eldorado de Howard Hawks y Hamlet de Kemneth Branagh. La primera me parece, sencillamente, perfecta desde un punto de vista narrativo, estructural, estético y de desarrollo de personajes. La segunda es mi western favorito, por encima incluso de los de Leone, que me encantan. La tercera porque, coño, nadie adapta a Shakespeare como Branagh; consigue crear para el público moderno el mismo efecto que debieron tener las obras en su momento.

Tres obras musicales. Tubular Bells de Mike Oldfield, Sherezade de Rimsky Korsakov y la banda sonora de La lista Schindler de John Williams. La primera, porque hizo parecer que el resto del mundo musical de la época, no sólo estaba parado, sino rque etrocedía y porque durante unos años pareció de Oldfield iba a ser el Mozart del siglo XX… luego se echó a perder, se tiró media carrera autoplagiándose y acabó haciendo parodias de sí mismo, pero eso no empaña sus primeros discos. Espera, ¿puedo cambiar? ¿Puedo elegir Amarok, su última obra maestra, el disco en el que se culminó y se compendió a sí mismo de forma perfecta? Dejémoslo en que estoy en duda entre ambos. Me encanta el poema sinfónico del XIX y el de Korsakov, con esos ecos orientales, no solo es una delicia, sino que está lleno de un poder evocador increíble. En cuanto a Williams, me encanta su inigualable tachín-tachín desde 1977, cuando le puso música Star Wars, pero en La lista de Schindler hace su banda sonora más rica, más emotiva y más intimista. Su obra maestra, para mí.

La pregunta ucrónica: ¿Cuál es el libro que habrías querido escribir pero ya estaba escrito? ¿Por qué ése?

Unos cuantos, pero si tuviera que elegir uno sospecho que sería Cien años de soledad. Lo tiene todo, simplemente todo.

La pregunta que nunca te han hecho: ¿Por qué?

¿Y por qué no?