El escritor es el proveedor, no el cliente

junio 11, 2014
 

No es la primera vez que, en los envíos de originales que nos llegan a Sportula, el remitente pregunta si hay que compartir en todo en en parte los gastos de edición, asumiéndolo como algo natural y frecuente en el mundillo editorial.

Y, por otro lado, no es la primera vez que vemos en las redes sociales a escritores jóvenes comentando que han recibido una oferta de la editorial X y que publicar su libro les va a costar tantos euros. Y lo comentan como si fuera lo más normal del mundo, dando por supuesto que, para su primer libro, el escritor tiene que pagar una especie de «peaje», que ésa es la forma estándar de abrirse camino en el mundo editorial.

Lo cierto es que cada vez que vemos algo así nos invade una extraña mezcla de sorpresa y rabia… y quizá algo de pena al ver cómo alguien juega con las ilusiones y la vanidad de otra persona para sacarle dinero.

Veréis, una editorial «fabrica» libros. Ése es el producto que vende. Y se lo vende a los lectores, ya sea directamente, ya sea usando intermediarios como un distribuidor y un librero. Es a los lectores a los que cobra. Y sólo a ellos. Porque el escritor no es su cliente. El escritor es su proveedor, es quien genera los contenidos, es quien crea el producto que la editorial vende. La lógica dicta, entonces, que es quien cobra, no quien paga.

Existen otro tipo de negocios, es cierto. Alguien quiere publicarse él mismo su libro y contrata a una empresa para que le haga una portada, o le revise el texto, o le maquete el interior del libro, o le cree una versión para ebook, o incluso le imprima los ejemplares que desea. El autor puede contratar eso en varias empresas o acudir a alguna de las que ofrecen todos los servicios. Es un negocio perfectamente legítimo, se trata de empresas que ofrecen servicios editoriales: realizan un trabajo y cobran al cliente por ello. No son editoriales, ni pretenden serlo.

Y luego están otros casos. Como el siguiente, por ejemplo:

Un autor joven busca editorial. Envía su original a varias. Recibe respuesta de una de ellas. La respuesta no puede ser más entusiasta. Su novela les ha parecido magnífica y estarán encantados de editarla. El autor, lógicamente, no cabe en sí de gozo. Sus esfuerzos han encontrado recompensa. Un editor confía en él como escritor y está dispuesto a publicarle.

El sueño termina cuando llega el contrato y el joven autor descubre que tiene que poner sobre la mesa una cierta cantidad de dinero. Sorprendido, habla con la editorial. Ésta le puede decir varias cosas, desde hablarle de la crisis y la coyuntura actual del mercado hasta mentirle sin paliativos y decirle que eso es una práctica habitual entre las editoriales y que es lo más normal del mundo que un autor novel financie en todo o en parte la edición de su libro.

Si el autor tiene dos dedos de frente, ahí es cuando debería pararse a reflexionar y preguntarse qué pasa. Si va a ser él quien ponga el dinero para que se publique su libro, ¿qué es exactamente lo que hace la editorial, para qué sirve? Seguramente el editor le responderá que, por supuesto, van a hacer una promoción enorme de la novela, van a distribuirlo a mansalva por todas partes, van a conseguirle un montón de presentaciones y su libro va ser reseñado en las mejores revistas.

¿Picará nuestro joven autor? Si el «editor» ha jugado bien sus cartas, es posible que sí. Si ha sabido utilizar la vanidad y el «hambre» de publicar que tiene un escritor novato, es muy probable que se acabe llevando el gato al agua y nuestro joven autor acabe pagando por publicar su libro en lugar de cobrar por ello.

Incluso, puede que el «editor» sea más listo y sutil que todo eso. Puede que en ninguna parte del contrato se diga nada de cobrarle al autor y hasta se ofrezca un porcentaje sobre los libros vendidos en concepto de royalties. Que todo parezca legítimo y correcto… hasta que se llega a la cláusula del contrato donde se describe cómo serán las presentaciones de libros y nuestro joven autor descubre que, si no vende un mínimo de ejemplares en cada presentación, debe adquirir esos libros que no pudo vender. Y, creednos, el «editor» se encargará de que el autor deba vender en las presentaciones cantidades que le costaría colocar a un autor establecido, no digamos ya a un recién llegado.

A ese tipo de negocios se los solía llamar empresas de autoedición, término que define bastante bien el asunto, dado que en realidad es el autor quien acaba autopublicándose previo pago. Los anglosajones son un poco más directos y a una «editorial» de esas características la llaman «vanity press», expresión que la define de un modo casi perfecto, ya que su estrategia es, precisamente, jugar con la vanidad de los demás.

El problema es que, de un tiempo a esta parte, ese tipo de empresas empiezan a presentarse a sí mismas como si fueran verdaderas editoriales y tratan de hacer colar a los autores que su comportamiento es el habitual en el mundo de la edición de libros. De hecho, la habilidad verbal de la que hacen gala en ocasiones para no decir explícitamente que el autor acabará pagando por publicar su obra es sorprendente y casi merecedora de estudio.

Pero no son editoriales. Echando mano del diccionario quizá haya que decir que sí, que lo son, ya que parecen dedicarse a la edición de libros. Sin embargo, desde el  momento en que su verdadero negocio no está en las librerías, sino en los bolsillos del autor, quizá debería retirárseles tal calificación.

Recordad. Una editorial, una verdadera editorial, no cobrará nunca a los autores; les pagará. Tal vez les pague poco si los libros no se venden bien, pero jamás cobrará.

Somos conscientes de que, para un joven autor que empieza, hay ciertas trampas difíciles de evitar. La vanidad, la ilusión y las ganas de dejar de ser un escritor inédito a menudo le jugarán malas pasadas. Pero que recuerde siempre que es él quien aporta los contenidos a la editorial y, por tanto, es quien debe cobrar, no pagar. Que tenga claro que una empresa que obtiene sus beneficios del bolsillo del autor no va a mover un dedo para que el libro llegue al mercado en unas condiciones mínimas de competitividad. Y, sobre todo, que sea muy consciente de que los elogios hacia su obra por parte de alguien que le va a cobrar por editar el libro, tanto si este es bueno como malo, no tienen el menor valor.

El escritor es el proveedor, repetimos una vez más, no el cliente.