Cuando Elucubreo inventó a Caballo

septiembre 20, 2013
 

Cuando Elucubreo, el amado Biólogo y Sofista, inventó finalmente a Caballo, nada hacía suponer que de tan trivial hecho pudieran derivarse consecuencias para la totalidad de Tierra Vaga. Motivo por el cual probablemente no se derivaron. Y sin embargo, Uu, el gran Filósofo y Físico de lo No‑Existente, movió pensativo la cabeza. Y dijo:

—Estimado colega: Este asunto no está claro.

Pero Elucubreo no le hizo caso. Cosa lógica, puesto que había inventado a Caballo casi con la única y exclusiva intención de fastidiar a Uu, con quien mantenía desde tiempo inmemorial una tensa discusión científica basada en una mera cuestión semántica, ya que mientras el físico sostenía que, lógicamente, es la Física la ciencia más adecuada para estudiar lo no‑existente, Elucubreo, por el contrario, opinaba que sólo la Biología puede hacerlo. De modo que no le hizo mucho caso. Máxime teniendo en cuenta lo orgulloso que se encontraba de su descubrimiento.

—Mi querido Elucubreo —repitió el gran Uu—: este asunto no está nada claro.

Pero en realidad, no sólo el afamado biólogo y sofista, sino nadie en Tierra Vaga le prestó atención; era muy propio de Uu el dudar de lo evidente ya que, según él, lo evidente no es más que una perversión de los sentidos. Y, en todo caso, puesto que nada había estado jamás claro, resultaba absolutamente inútil preocuparse por un simple Caballo.

Por supuesto, Elucubreo no inventó a Caballo solo por molestar a Uu.

Incluso hubo una extraña y curiosa historia de amor.

Por aquel tiempo, vivía en Ciudad Vaga una Princesa en un palacio construido con hielo y circunstancias favorables condensadas. Y cuando llegó a su uso de razón, Insainsa, que tal era el nombre de la princesa, formuló a su padre el Rey Gogot y a su madre la Reina Insa las preguntas adecuadas para resolver su destino.

—¿Qué debo hacer?

—Lo que desees —replicó cariñosamente la Reina.

De modo que Insainsa, llegada al uso de razón, resolvió no volver a usarla jamás, vistos los resultados. Y fue precisamente entonces cuando empezó a sentir un agudo y perentorio deseo de Caballo.

—Deseo a Caballo —dijo.

De tal manera lo deseaba, que cuando multitud de pretendientes, enterados de que la princesa había alcanzado la mayoría de edad, comenzaron a llegar desde todos los puntos de Tierra Vaga tal era la fama de su belleza y virtudes multiplicada con los años por hábiles publicistas palaciegos, Insainsa, sin piedad ni justificación, los fue rechazando a todos, pues ninguno era Caballo.

—¿Puede saberse —tronó el Buen Rey Gogot— qué le encuentras de malo a Samiami, tu propio hermano y futuro Rey de Tierra Vaga, para rechazarlo de este modo? Bien me parece que desprecies a Okk, Amo de Quinientas Aldeas, o a Jillup, Guerrero de los Márgenes: después de todo, es el protocolo. Pero Samiami… ¿se puede saber qué defecto encuentras a Samiami, programado por mí mismo? —Gogot, desesperado, recorría la estancia a grandes zancadas dando manotazos al vacío; las paredes, lentamente, empezaban a palidecer ante las circunstancias adversas, y múltiples Estabilizadores Ambientales trabajaban a tope rastreando y fijando motivaciones favorables para intentar mantener todo en su sitio.

—Ninguno, oh Rey y Padre mío, excepto que no es Caballo. Y yo sólo deseo a Caballo.

Así pues, cuando todos se convencieron de que la princesa no deseaba nadie ni nada excepto a Caballo, incontables rumores se extendieron por toda Tierra Vaga y empezaron a corroer, poco a poco techos, paredes y edificios.

—Que se presente inmediatamente ese Caballo —dijo el Buen Rey Gogot.

Pero el Caballo no se presentó.

Y los rumores seguían extendiéndose. Algunos afirmaron recordar cosas que seguramente no habían sucedido o sucedieron mucho tiempo atrás. Otros, raramente eufóricos, juraban estar en el secreto y contaban sobre asuntos excesivamente pecaminosos, lo que dio lugar a que varias Malas Palabras de ecos alucinatorios se extendieran por doquier dificultando enormemente el trabajo de los Estabilizadores Ambientales y Paralizadores de Contingencias. Naturalmente, nadie sabía qué era Caballo, dado que Caballo no existía. Y aunque algunos Sabiosreales apuntaron la posibilidad de que se tratase de un sinónimo de Animal o Bestia, ello, lejos de dar luz a la situación, la complicó aún más, ya que tampoco nadie sabía qué quería decir Animal o Bestia.

—Que se presente Caballo, cualquier cosa que sea —hizo difundir por todos los medios el Buen Rey.

Pero nada que fuera Caballo se presentó.

Ya por entonces, Uu, Gran Filósofo Probabilista y Físico de lo No‑Existente, comentó a varios colegas con voz pesarosa:

—Es un asunto confuso. Un verdadero asunto de Caballo.

Y sin embargo, otros sí se presentaron, y nada pudo retenerlos.

Por ejemplo, ninguna dificultad retuvo a Balbal, Señor de los Sitios Difusos, que, firmemente determinado a conseguir a Insainsa, logró llegar hasta ella con un disfraz de cinco toneladas de peso que, a decir de todos los expertos y de él mismo, imitaba a la perfección a Caballo. Y, puesto que nadie conocía el aspecto del original, incluso alcanzó a pronunciar varias y entrecortadas frases de amor antes de morir aplastado por su perfecta caracterización de la que jamás pudo extraérsele, tan machacado y fundido se encontraba; se le enterró con él en un cementerio especial para vehículos de gran tonelaje. O a Tekutek, joven brillante y primo décimo de Insainsa, que se hizo trasplantar el cerebro a una masa protoplástica informe, en la seguridad de que Caballo, de existir, debía carecer lógicamente de forma, ya que en caso contrario tal forma sería conocida. Y cómo, demasiado tarde, descubrió que no podía moverse, ni ver, ni oír, puesto que carecía de todo sentido excepto el recuerdo que le acompañaba desesperadamente por siempre; yaciendo en el fondo de un tanque nutricio, pagaba cara su audacia.

—No es esto, no es esto —dijo el Buen Rey Gogot. Y prohibió que se presentara nadie más que no fuera el genuino y auténtico Caballo.

Que, por supuesto, no lo hizo.

Y sí en cambio lo hizo Sincrón, General de Todos los Ejércitos, que ignorando los fracasos anteriores y la prohibición del Rey, se atrevió a hacer acto de presencia seguido de veinte escuadrones y dieciséis patrullas de comandos escogidos, los cuales afirmaron y atestiguaron ante Gogot y ante toda la Corte que Sincrón siempre había sido el auténtico Caballo, y si no se había hecho público antes, ello se debía únicamente a la modestia natural del General y a su deseo de no destacar por otros méritos que no fueran los granados en combate. Noticia esta que si bien fue acogida con grandes vítores en los sectores militaristas, llenó de estupefacción a todos los demás, ya que aunque el error resultaba manifiesto, tampoco se podía dudar de la palabra de casi veinte mil soldados.

—Estos testigos no son válidos —se atrevió finalmente a decir el rey, una vez hubo calculado mentalmente y llegado a la conclusión de que, en caso de discrepancia, aún tenía cinco generales más—, ya que actúan bajo tus órdenes.

—¿Acaso concederíais credibilidad a un ejército desobediente? —Sincrón no estaba dispuesto a abandonar sin lucha.

—En cualquier caso —intervino Insainsa, que jamás hacía uso de razón—, no es eso lo que deseo.

—Por tanto, no es Caballo —dijo el Sabiorreal Mayor.

—Por tanto, es un embustero —dijo el Buen Rey Gogot.

—Y por tanto, el Ejército miente —dijo su colega el General Descrón.

Con lo que fue pasado por las armas junto a sus veinte escuadrones y dieciséis patrullas, ya que, según Descrón, nuevo General de Todos los Ejércitos, ciertas cosas no pueden tolerarse.

Pero nada de todo esto retuvo tampoco a Locuazoso, Príncipe Sin Lugar y extraordinario poeta, llamado así —a pesar de ser su verdadero nombre— porque sólo había logrado escribir un único poema y, al terminarlo, constató perplejo que se había plagiado a sí mismo y que el tal poema ya lo tenía escrito desde mucho tiempo atrás, con lo que, absolutamente amargado, jamás volvió a intentar nada hasta el presente, en el que, súbitamente inflamado de pasión, acometió una octava real de cien mil versos intercambiables sin más palabras que el nombre de Insainsa descompuesto en todos sus caracteres, permutaciones y variaciones posibles. Y cómo, sabedor de los fracasos de Balbal, Tekutek y Sincrón, concluyó que el disfraz, cualquiera, resultaba imposible, máxime no existiendo modelo, motivo por el cual alcanzó a concebir que sólo la muerte iguala y homogeneiza a todos los seres, incluso a los inexistentes, disfrazándose acto seguido de Caballo Moribundo sin más ayuda que un fino y aguzado estilete. Pero, aunque en un primer momento Insainsa no notó la diferencia, dado que la exactitud de los cálculos de Locuazoso le permitieron llegar a su presencia justo cuando expiraba, su horror no tuvo límites cuando, ya en medio del delirio y terriblemente desfigurado por el estilete, oyó su voz amada por primera y última vez:

—¡Oh padre mío! Este Caballo está muerto, y yo sólo deseo a Caballo vivo. ¡Oh padre mío!, qué lamentable confusión.

Y Locuazoso, extraordinario poeta autor de un plagio de sí mismo y una octava real de cien mil versos intercambiables, murió absolutamente seguro de ser Caballo y maldiciendo al destino que terminaba con él en el preciso momento, impidiéndole mostrarse en toda su majestad.

Pero nada de todo esto desanimó tampoco a Insainsa que, con el lomo extrañamente arqueado y profiriendo raros sonidos que quizá fueran semejantes a los lanzados por las hembras de los caballos si las hubiera, se consumía de deseo en sus habitaciones de hielo y circunstancias. Con lo que ni una sola circunstancia era ya favorable al mantenimiento de la estructura, motivo por el cual era de suponer que ésta no se mantendría, ya que jamás estructura alguna se había mantenido sin el apoyo de circunstancias propicias condensadas, solidificadas y vitrificadas posteriormente a dos mil atmósferas.

—Estimado colega Elucubreo: tengo la sensación de que este asunto no está nada claro —acostumbraba a decir el gran Uu en las tertulias de matemáticos, biólogos, sofistas y demás científicos—. Muy confuso, muy de Caballo este asunto.

Y el Buen Rey Gogot, convencido ya de que Caballo tenía muy pocas probabilidades de existir y de que la princesa Insainsa, en pleno desuso de razón, tampoco pensaba cambiar de opinión al respecto, resolvió, como única salida posible, encargar que alguien lo inventase; a ser posible antes de que el forzoso trasvase de circunstancias propicias desde todos los rincones del reino con destino a las amenazadas habitaciones de la princesa —según la conocida teoría de las circunstancias comunicantes— asolara completamente Tierra Vaga, precipitándola en la mayor y más horrenda de las ambigüedades adversas.

De modo que mandó llamar a Idoido, Químico Sintetizador, el cual, una vez puesto en antecedentes, manifestó que sin ningún problema inventaría a Caballo tan pronto como se le facilitara el imprescindible Bicarbonato de Caballina susceptible de, una vez convenientemente reducido y filtrado, reaccionar con su recientemente descubierta Albúminocualquiera, sustancia apta para cualquier síntesis concebible.

Y el Buen Rey recurrió entonces a Taltal, Bioquímico, a quien encargó a la mayor brevedad posible el Bicarbonato de Caballina que necesitaba su colega Idoido; pero Taltal, consciente de sus limitaciones y de las limitaciones de su disciplina, le hizo saber que fácilmente le proporcionaría el Bicarbonato en cuanto obrara en su poder la imprescindible Caballina, sustancia rara de la que apenas existía constancia.

Con lo que el Rey Gogot llamó a Rosegante, Geólogo, y le mandó buscar y extraer, de donde fuera, la llamada Caballina absolutamente necesaria para que Taltal sintetizara el Bicarbonato de Caballina que precisaba Idoido. Y Rosegante expuso que se pondría al trabajo tan pronto poseyera un Detector de Caballina, dada la imposibilidad de minar y registrar a simple ojo toda Tierra Vaga. Y en Buen Rey, decidido a llegar hasta el final, caso de que lo hubiere, llamó sin pérdida de tiempo a Locloc, Inventor, y le conminó a construir sin excusas el Detector de Caballina que necesitaba Rosegante para que Taltal pudiese ponerse al trabajo y proporcionase el Bicarbonato a Idoido. Pero Locloc, sumamente apesadumbrado, explicó que la tarea era simple, si bien se requería para ella una cierta cantidad de Bicarbonato de Caballina, al objeto de cebar el Detector, domesticarlo y adiestrarlo en su misión, ya que en caso contrario detectaría cualquier cosa que se le pusiera a su alcance transformando la búsqueda en algo puramente azaroso e inútil.

Y en este momento, Gogot, harto y desesperado, los hizo despedazar a todos por notorio descuido de sus obligaciones y manifiesta incompetencia profesional. Uu, entre tanto, decía a su colega Elucubreo, afamado Biólogo y Sofista:

—Mi muy estimado colega Elucubreo: este asunto no está nada claro.

Con lo que Elucubreo, sólo por fastidiarle ya que jamás le habían interesado las cuestiones sentimentales, decidió inventar a Caballo. Y así visitó a Insainsa, que se hallaba saltando en sus habitaciones con el lomo increíblemente elevado al cielo y pronunciando extraños sonidos.

Por aquel entonces, todos, incluido el Rey, opinaban ya que, puesto que Caballo no era nada, lógicamente la princesa no deseaba nada y el problema se resolvía por sí mismo.

Pese a lo cual, lógicamente, no se resolvía.

Y Elucubreo el Sofista, que jamás permitía que la Lógica le impidiese ser lógico, manifestó al Rey Gogot que lo que sucedía es que Caballo se encontraba disperso en infinitas dimensiones, tal vez por no haber empezado aún su proceso evolutivo o tal vez por haberlo finalizado; y, por consiguiente, no podía ser percibido, dando la sensación de inexistencia, aunque sí podía ser deseado, como probaba sin lugar a dudas el hecho de que la princesa lo deseaba. Así pues, la cuestión se limitaba a un puro trabajo biológico —Elucubreo puso gran énfasis en la palabra— de acelerar su evolución desde la aparente nada o bien de retrotraerla, es decir, reducir a Caballo a un número apreciable de dimensiones; para lo cual lo más factible era partir de cero e ir aumentando poco a poco el número hasta que se definiera a sí mismo en el punto concreto que marcaba el deseo de Insainsa, no antes ni después.

—Imposible, eso es imposible —dijeron a coro varios Sabiosrreales—: va contra la Naturaleza, pues la Evolución, como su propio nombre indica, es claramente evolutiva y, por tanto, lenta.

Pero Elucubreo, que no en vano era también sofista, les sonrió con superioridad.

—Los nombres, amigos míos, nunca indican nada. Y la primera Ley de la Naturaleza es precisamente la que obliga a ir contra ella. Dicho de otro modo: la Naturaleza no existe, es algo evidentemente artificioso desde el momento que la única naturalidad es el hecho natural de que nada es natural. Amigos míos: he de añadir que me siento muy satisfecho de que vuestra estúpida Naturaleza no exista, pues en caso contrario sería preciso destruirla.

Y volviéndose de nuevo al Rey Gogot, que a pesar de su total ignorancia científica se había abstenido de intervenir en la discusión, continuó:

—Sin embargo, es absolutamente preciso acertar con el número exacto de dimensiones, pues siendo Caballo esencialmente demasiado amplio, su existencia es impredecible e intermitente, y sólo concretando al máximo y transformando sus infinitas dimensiones en su exacto contrario, o sea, siete en este caso, lograremos su propia versión, es decir, lo lograremos a él de modo satisfactorio.

Dicho esto, colocó en el patio un gran Eje de Ordenadas de considerable altura y firmemente asegurado en el suelo, y luego un gran Eje de Abscisas que se prolongó para mayor seguridad —ya que desconocía el tamaño de Caballo— hasta la puerta exterior.

—He aquí cómo la Geometría Analítica ofrece insospechadas y ocultas soluciones a los problemas biológicos —dijo sin dirigirse a nadie en particular.

—Estimado Elucubreo —el gran filósofo Uu movía pensativamente la cabeza—: me veo obligado a insistir en que este asunto no está claro. Nada claro. —Y, súbitamente cansado de tan inútil charla, se fue a su casa, donde varios ayudantes le aguardaban ya con un esquema corregido para la transformación de la Nada en Algo, aprovechando la energía de las mareas tan pronto las inventase partiendo de la nada.

Y entonces Elucubreo, gran Sofista y Biólogo, tras subdividir dichos Ejes en partes iguales desde cero a infinito —aspecto éste el más laborioso de su trabajo y que le llevó varios meses para desesperación de Insainsa—, empezó a dibujar en un plano espacial y con ayuda de un Marcador de Vacíos el contorno de la Cabeza de Caballo, guiándose únicamente por las indicaciones del deseo de la princesa que, tan fuerte era, llenaba todo el patio de vibraciones. Luego, eligiendo un número necesario de puntos, integró rápidamente la ecuación matemático‑biológica de la cabeza, válida como es natural para un plano o cualquier plano, y, despejando incógnitas, vaguedades e indeterminaciones por medio de la Constante de Difusión o Constante Inconstante, la resolvió acto seguido ya con el aporte de un nuevo Eje de Profundidad que supuso de hecho la tercera dimensión. Y el volumen de la Cabeza de Caballo quedó flotando en medio del patio sujeto a los Ejes por todos los puntos posibles, que eran precisamente todos.

—No tiene ojos —dijo la princesa Insainsa con un escalofrío.

—Lo tiene, pero no ven porque aún miran a Otro Sitio. Es necesario definirlo en varias dimensiones más.

Y, tras sacarlo cuidadosamente de su estuche y desplegarlo en toda su longitud, que era exactamente Bastante por metro cúbico, plantó junto a los otros tres el Eje Temporal que inmediatamente y según su costumbre se perdió de vista; si bien ya entonces Caballo, arrastrado por su cabeza al momento presente, aparecía todo entero en el patio y miraba a Insainsa con ojos opacos y muertos.

Naturalmente, tanto la princesa como todos los allí reunidos pudieron darse cuenta enseguida de que aún faltaba algo, toda vez que Caballo era incapaz de moverse, aprisionado como estaba por todos sus puntos; y tampoco daba señales de tener el menor interés por hacerlo, caso de que lo soltaran. Más bien parecía que, de haberlo liberado de los invisibles lazos que lo modelaban, iba, a desplomarse sobre sí mismo, amontonándose y desperdigándose por el suelo como un bulto gelatinoso de carne y pelos. Y más tarde, cuando vieron que el viento lo agitaba y le movía las orejas y la cola convirtiendo en más espantosa aún su inmovilidad, todos dieron un involuntario y temeroso paso atrás. Pero Elucubreo, gran sofista, los tranquilizó explicando que, si bien Caballo ya estaba prácticamente acabado y mucho más acabado de lo que pudiera parecer, no siendo ni mucho menos el primero ni el último en ser movido únicamente a base de Impulsos Ambientales; ello no obstante era posible aún añadir cierto matiz o sutileza, la quinta dimensión concretamente, también llamada por algunos biólogos poco escrupulosos Dimensión Vida. Añadió sin embargo que, siendo esta dimensión huidiza, circunstancial y discontinua, solo podía ser obtenida por síntesis forzada de tres dimensiones abstractas y especulativas, la dimensión Deseo, la dimensión Perversidad y la dimensión Muerte o Séptima Dimensión, que reunidas de modo adecuado producen eventualmente la llamada Vida; término empleado vulgarmente para designar este curioso compendio que precisa exactamente de siete dimensiones para mantenerse y que los matemáticos orgánicos sitúan en el Primer Punto de Inflexión, dado que es a partir de él cuando empieza la auténtica matemática biológica, una vez superado el Momento de Máxima Inestabilidad.

De modo que Elucubreo, gran Sofista y Biólogo de lo No‑Vivo, sintetizó rápidamente allí mismo el Eje Deseo a base de las vibraciones modeladas y solidificadas al contacto ambiental de la Princesa Insainsa; el Eje Perversidad a base de sí mismo con el objeto de no herir la sensibilidad de nadie con indelicadas intromisiones; y finalmente, el Eje Muerte con ayuda de los pensamientos aislados y materializados químicamente de todos los allí reunidos, pues solo de tan recóndito y dudoso lugar puede extraerse.

Y cuando Elucubreo colocó la dimensión Deseo, Caballo alzó la cabeza y miró.

Y cuando Elucubreo colocó la dimensión Perversidad, Caballo se soltó de todos sus puntos y empezó a moverse.

Y cuando Elucubreo colocó la dimensión Muerte, Caballo tuvo conciencia de sí mismo y vivió.

Proseguía una extraña y curiosa historia de amor.

Nacida una vez, en aquel tiempo, cuando la bellísima princesa Insainsa, llegada al uso de razón, prometió muy razonablemente no volver a usarla jamás.

Nada hacía suponer que de tan trivial hecho pudieran derivarse consecuencias para la totalidad de Tierra Vaga. Pese a lo cual, es posible que no se derivaran. Aunque, como el propio Elucubreo sabía muy bien en su condición de sofista, ni los nombres ni las posibilidades significan nada en Tierra Vaga.

—Estimado colega: este asunto no está claro.

Uu el Filósofo, que había abandonado temporalmente su ya casi listo proyecto de transformar la Nada en Algo, cambiándolo en el último momento por el mucho más satisfactorio de transformar el Algo en Nada, ante la triste evidencia de que el mundo ya estaba excesivamente plagado de cosas y muy deficitario en nada, como lógicamente se desprende de la propia naturaleza de la Nada, levantó la vista del tanque, donde estaba fabricando las mareas que le proporcionarían energía para el proceso y se encaró con su colega Elucubreo. Éste, muy satisfecho, regresaba luego de ser elegido padrino de la boda de Insainsa y luego de cien días consecutivos de festejos y alegría desbordada.

—Por el contrario, opino que está clarísimo. Simplemente, inventé a Caballo. Ello demuestra que la Biomatemática es la única forma de tratar con lo no‑existente, desde el momento que lo no‑existente tampoco está vivo. Opino, estimado colega, que andas algo desfasado en tus conocimientos.

Pero Uu, sin dejar de remover el tanque donde se fraguaban las mareas, repuso:

—No es lo mismo. Sin embargo, daría lo mismo aunque lo fuera, puesto que tampoco es esa la cuestión: cuando digo que no está claro, me refiero a algo muy concreto, no a lo que jamás estuvo claro, o sea, todo. Me refiero, por ejemplo, a que nada prueba que inventases a Caballo.

—¿Cómo que no? Permite que te recuerde, desmemoriado amigo, que acaba de casarse con la princesa. Si eso no es suficiente…

—Eso no tiene que ver —cortó Uu—. Como sabes mejor que yo, tus Ejes, puesto que están subdivididos en infinitas partes, abarcan todo, ya que en caso contrario serían absolutamente inoperantes y nunca hubieras traído a Caballo. Por tanto, nada prueba que no sucediese al revés y nos hayas trasladado allí donde Caballo, en su particular modo de existencia, andaba reducido a siete ridículas dimensiones. Es decir, bien puedes haber iniciado nuestra evolución desde la nada o habernos retrotraído desde infinitas dimensiones. En suma, querido y temerario colega, bien puede ocurrir que hayas inventado Tierra Vaga.

Y el gran sofista tembló.

—Pero… eso es imposible, va totalmente contra la Naturaleza. Además, estoy razonablemente seguro que antes yo mismo ya existía… en realidad, puedo recordar que fui precisamente yo quien plantó los Ejes.

Y Uu, sin mirarlo, ya que estudiaba cómo la marea empezaba a subir en el tanque, repuso mientras colocaba hilos y más hilos en los bordes del mismo:

—Afortunadamente, la Naturaleza no es nada. Y todo eso tampoco son argumentos: apórtame una sola prueba científica que demuestre sin lugar a dudas que Tierra Vaga ya existía como tal y te daré la razón. Sin embargo, concedo un cincuenta por cien de probabilidades de que realmente inventases a Caballo. Eso te salva, mi querido Elucubreo, pues este asunto no está nada claro. Nunca lo estará y la posibilidad de que inventases Tierra Vaga por error es muy grande; para tu suerte, no puedo estar totalmente seguro, ya que nunca te lo podría perdonar. Y por si acaso, te aconsejo que no retires los Ejes.

El gran Sofista y Biólogo le miró, palideció, y miró luego hacia Ciudad Vaga.

Claramente recortados contra el horizonte cambiante, allí estaban los Ejes. El Eje Deseo. El Eje Perversidad. El Eje Muerte. El Eje Tiempo, por su parte, se había perdido de vista según costumbre.

Sin embargo, cuando en aquel tiempo Elucubreo inventó a Caballo, nada hacía suponer que se derivaran consecuencias para toda Tierra Vaga. Incluso es posible que no se derivasen. Pero cuando la bellísima princesa Insainsa disfrutaba su centésima noche de amor extraño y su irracionable historia no había hecho más que empezar, el Gran Sofista y Biólogo de lo No‑Vivo, Elucubreo, se suicidó traspasándose el cuello con el Eje Angustia, componente secundario de la Octava Dimensión que siempre llevaba en el bolsillo. Dado que, según su propia teoría, si la Naturaleza culpable de un tal desaguisado existiese, habría que destruirla. Y las posibilidades de haber sido él mismo la artificiosa Naturaleza eran suficientemente elevadas como para ser tenidas en cuenta. Por si acaso.

Mientras, Uu contemplaba subir la marea en el tanque. A sus espaldas, alzándose difusos sobre Tierra Vaga, se oxidaban lentamente los Ejes que nadie se había atrevido a tocar.

La Quinta Dimensión o, vulgarmente, la Dimensión Vida.

El Eje Deseo. El Eje Perversidad. Y el Eje Muerte.

© 1980,Enrique Lázaro
Reproducido con permiso del autor