

Peaster, 1930
Vital, sombría, desbordante, vibrante, la obra de Howard se parece mucho a su creador. Se movió fundamentalmente por el circuito de revistas pulp en los años treinta del siglo XX y creó docenas de relatos de aventuras, misterio y fantasía. Su creación más famosa es Conan el cimerio, pero otras como Kull, Bran Mak Morn o Solom Kane no le van a la zaga.
Se suicidó en 1936 a los treinta años de edad, poco después de la muerte de su madre, a la que estaba muy unido. Aunque algunos biógrafos conectan ambos hechos, otros ponen en duda que el fallecimiento de su madre fuese tan determinante.
Es paradójico que hoy se lo considere una de las figuras principales de la fantasía de corte seudomedieval cuando todo parece indicar que, de haber seguido vivo, la habría abandonado en favor de los relatos de aventuras de ambientación histórica y los westerns, a los que dedicó sus mejores esfuerzos en los últimos meses de vida. Fueron sin embargo sus personajes de espadas y brujería, sobre todo Conan, los que lo convertirían en enormemente popular a medida que, en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del pasado siglo se reuniesen sus relatos en diversos libros.
Su sombra es alargada y ha influido en mayor o menos medida en todos los autores que se han dedicado a la fantasía épica, especialmente los especializados el el grimdark, lo reconozcan o no.

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