De 7 en 7: Eduardo Vaquerizo
Eduardo se asomó a Sportula con Danza de tinieblas, su aclamada ucronía finalista del Premio Minotauro. Aquello sólo fue el preludio para Memoria de tinieblas, una nueva historia en el mismo escenario ucrónico que ha sido candidata al Premio Celsius y es uno de los finalistas de los Premios Ignotus en 2014. También pudimos verlo en Náufragos, escrita a medias con Juan Miguel Aguilera, y como uno de los contribuyentes a Más allá de Némesis, la antología preparada por Aguilera sobre una sus más conocidas novelas.
En estos momentos prepara Crónicas de Tinieblas, una recopilación de relatos de otros autores situados en el universo de sus dos novelas ucrónicas.
La pregunta inevitable: De todas las cosas a las que podrías estar dedicándote, ¿por qué precisamente a escribir?
Porque me encanta leer. Primero fui lector, supongo que lo sigo siendo. Escribir no es más que leer algo que acaba de aparecer de la nada y quedarse fascinado con ello. Supongo que es parecido a escuchar música y tocar música, a ver fútbol y a jugarlo; se trata de aumentar las apuestas, la intensidad, la dificultad y, por supuesto, el disfrute. ¿Por qué escribir? supongo que porque es difícil, jodidamente difícil, y aún así, fascinante. Es un reto intentar traducir lo que ves en la cabeza en forma de palabras y que los lectores se enteren de ello. Y, en último término, porque soy una de esas personas que no puede ser consumidor pasivo, es superior a mis fuerzas. Cuando veo algo que me gusta quiero pasar al otro lado y hacerlo yo también. Escribir porque leer fue de las primeras cosas que comencé a disfrutar con mucha intensidad, con una pasión casi dolorosa. Luego descubrí que había más cosas divertidas, pero no me daba el tiempo/capacidad para todas ellas (p.e. no tengo ningún oído musical, nada, nulo, pero me encanta la música, me gusta mucho dibujar, pero no soy muy hábil, etc.)
¿Por qué seguir dedicándose a escribir cuando ya tengo claro que no es un oficio que me sacará de pobre? Cabezonería, el desafío de intentar hacerlo cada vez mejor (primero cuentos, luego novelas, tramas, estructura, estilo, historias, personajes, diálogos, muchas cosas que mejorar, que intensificar) e inversión ya realizada. Cuando ya llevas unos años en el tajo y los callos dejados por el continuo uso de las herramientas han dado paso a deformaciones permanentes, es complicado, y doloroso, cambiar a otra cosa. Tampoco me apetece.
El corolario a la pregunta inevitable: De todas las cosas sobre las que podrías escribir, ¿por qué precisamente literatura no realista?
Podría decir que esto o aquello, pero en realidad no lo sé. Solo puedo constatar que no me gusta escribir realismo, una historia dónde no hay sentido de la maravilla, una transgresión de las leyes naturales, una visión libre de la realidad no sometida a la ramplona realidad de todos los días. Una vez más es el género que me gusta leer y por tanto, el que me gusta escribir. Limitarse escrupulosamente a narrar hechos que podrían haber sucedido me produce una soberana sensación de claustrofobia, una abrumadora claustrofobia conceptual. Estoy acostumbrado a los anchos paisajes del «what if», a la locura de la fantasía más radical imbricada, como un parásito, dentro del hiperrealismo narrativo. Supongo que deriva de mi poca adicción al mundo real ™, el aburrido, injusto y brutal mundo real, que, si me apuran, no es más que una sucursal de la fantasía, aquella en la que la coherencia del relato se circunscribe a los términos de una ficción institucionalizada en la que puede ocurrir esto y aquello, pero no lo otro. Lo otro es lo que a mi me motiva, sea esto enormes naves espaciales que mastican planetas para desayunar o un hecho mínimo que altera la realidad dentro de lo plausible hasta volverla diferente.
La pregunta definitoria: ¿Escritor de brújula o escritor de mapa?
De brújula que cuando se pierde comienza a dibujar un mapa. Me estimula mucho más perderme narrativamente que trazar la ruta del viaje anticipadamente. Eso añade emoción, riesgo y dolor al viaje. De ahí que de vez en cuando haya que pararse, preguntar dónde se ha llegado y dibujar un mapa para encontrar la salida del laberinto. Diseñar una novela hasta en su mínima peripecia, para mi equivaldría a no querer escribirla, a saber ya qué va a pasar, a perder parte de esa emoción que mencionaba antes de «leer algo que acaba de aparecer de la nada».
La pregunta prospectiva: Tu lector ideal. Esa entelequia que tienes en mente cuando escribes y que te gustaría que tuviera cientos de miles de implementaciones en el mundo real. ¿Cómo es ese lector ideal para el que escribes y qué espera encontrar en un libro?
Yo creo que todo el mundo que escribe por placer, no como un trabajo (y en esto puede haber muchas gradaciones), escribe para el lector que lleva dentro. Escribes lo que te gustaría leer. Mi lector ideal sería alguien como yo, bastante friki, adicto a la originalidad de las ideas, enamorado del hecho telepático de la lectura, de esa magia que recrea un mundo, una historia, unos personajes, en una mente dónde antes no había tal cosa.
La pregunta distópica: Vienes de un remoto futuro. Del colapso que sabes inminente, se te permite rescatar y llevar a tu época tres libros, tres películas y tres obras musicales. ¿Cuáles y por qué?
Tres libros: Solaris, un libro atemporal que glorifica la fútil pero necesaria lucha del hombre contra el azar y la mejor obra que yo conozco que habla del «otro». Farenheit 451, la mejor muestra de lo que no debiera ser el futuro, una distopía que no debe ser olvidada por lo que enseña. El Aleph, o Ficciones, una de las muchas colecciones de cuentos de Borges, porque son las mas perfectas máquinas literarias que conozco y deben ser preservadas, aunque probablemente el tiempo termine por herrumbrarlas, como a todo.
Tres películas: desde el punto de vista personal y egoísta, Casablanca, una historia de amor y del sacrificio que supone la lucha por objetivos colectivos altruistas, una narración cinematográfica que fluye como un rio en blanco y negro y los mejores diálogos de la historia del cine. Todas las mañanas del mundo, porque explica como ninguna otra obra que yo conozca, la relación entre el arte, el sentimiento y la vida. Blade Runner, porque, aunque nadie se explique cómo, Scott construye una fábula completamente atea y aún así mística, sobre lo que significa ser humano y morir.
Tres obras musicales: El muro, de Pink Floyd, porque es música que usa todo su potencia para contar una historia que oscila entre lo grandioso y lo preciosista, sin solución de continuidad y manteniendo el nivel constantemente. Las variaciones Goldberg de JS Bach (si puede ser en la versión de Glen Gould mejor), invención, virtuosismo y creatividad al servicio de una relojería armónica sin fallos. Blue train de John Coltrane, como Bach, pero en negro y más moderno.
La pregunta ucrónica: ¿Cuál es el libro que habrías querido escribir pero ya estaba escrito? ¿Por qué ése?
Acaso no matan a los caballos, de Horace Mc Coy. Me hubiera gustado escribirlo para contar con tanta exactitud y descarnamiento, la aberrante crueldad del ser humano y la sociedad que ha creado y, a la vez, como dentro de ella se puede dar también la ternura.
La pregunta que nunca te han hecho: ¿Eres un lector o escritor escapista?
Me encanta que me haga esa pregunta, porque ser escapista, en este mundo, es algo que denota inteligencia. Se ha acusado muchas veces a la ciencia ficción y la fantasía, mis géneros preferidos, de ser escapistas, como si la literatura generalista no lo fuera todo el rato. Todo el arte es escapista porque te da unas alas conceptuales que te permiten escaparte de algo terrible, tus propias limitaciones subjetivas a la hora de valorar acciones, actos, escenarios y sociedades. Te da otra visión, posiblemente subjetiva también, pero con solo que sea otra, ya son dos, no solo una. Si sumas unos cuantos autores, terminas comprendiendo que el dogmatismo, el fanatismo y algunos otros ismos son completamente absurdos y que el mundo es mucho más complejo e incomprensible de lo que tu sesgado juicio de superviviente enfrentado al caos, puede analizar.