Con El adepto de la Reina Rodolfo parece haber dado un golpe de timón a su trayectoria. En los últimos años parecía claramente orientado a dos tipos de novelas: sus trabajos holmesianos, que podemos considerar fantasía con trasfondo histórico, y sus novelas ambientadas en esa ciudad sin nombre que se parece mucho a Gijón, más cercanos a la fantasía oscura. Qué mejor tema que ése para empezar esa entrevista, y así lo hicimos.

Con El adepto de la Reina te adentras en un nuevo territorio. ¿Cómo surge?

Como casi siempre en mi vida, por casualidad.

Uno de mis mayores miedos como escritor es el de quedarme sin ideas. Siempre que estoy a punto de acabar una novela, me pregunto: ¿y la siguiente, qué se me va a ocurrir para la siguiente?

Me preocupo por nada, porque siempre acaba surgiendo una nueva idea y, a menudo, nunca la veo venir. Aparece de pronto, como si hubiera estado siempre ahí y yo no me hubiera molestado en verla antes.

Lo que quizá sea cierto. Supongo que esas cosas se van cociendo en mi subconsciente y, cuando están maduras, salen a la superficie.

En el caso de El adepto de la Reina, todo fue el resultado de una combinación, casi podríamos decir que inconsciente, de dos ideas distintas a las que llevaba dando vueltas en los últimos años.

Hacía tiempo que me apetecía ambientar una historia en un escenario de fantasía épica, por así decir: un escenario construido a partir de elementos históricos y geográficos de distintas épocas y lugares y donde pudiese mezclarlos y darles forma a mi gusto. Tomar, no sé, parte de la Era Victoriana —un periodo histórico que siempre me ha fascinado—, parte del Japón feudal —otro de mis momentos históricos recurrentes—, parte de la Grecia clásica, o del Renacimiento europeo o, por supuesto, de la Edad Media… Meter  todo eso en mi coctelera mental y agitarlo a ver qué obtenía.

Y, al mismo tiempo, hacía mucho que me apetecía jugar con uno de los iconos más tópicos de la cultura pop: el super espía, el implacable agente al servicio de Su Majestad que parece casi sobrehumano en sus habilidades. Era un arquetipo al que me apetecía buscarle las vueltas, jugar con él, darle un par de meneos por aquí y por allá.

Y, de pronto, las dos ideas acabaron fundiéndose y convirtiéndose en una sola.

Y a partir de ese chispazo inicial, de esa confluencia de dos ideas tan distintas, ¿qué es lo que ocurre?

Como hago siempre, me senté a escribir, tanteando un poco al azar y, en unos días, tenía lo que ahora es el prólogo y los dos primeros capítulos. Tras lo cual hice lo que suelo hacer en esos casos. Parar y dejar que la cosa reposara.

Había ido creando sobre la marcha, improvisando situaciones, ambientes y personajes, sin tener muy claro hacia dónde iba. Ahora tenía que dejar que todo eso fuera cociéndose en mi mente y tomando una forma definida.

No tardó en hacerlo. Yáxtor, el personaje central de la novela, enseguida tuvo un pasado. El mundo que construí a su alrededor empezó a crecer rápidamente y, cuanto más lo hacía, más me fascinaba. Los personajes secundarios aparecieron a medida que los iba necesitando y cuadraban a la perfección con lo que quería contar. Y, para colmo, algunos de ellos enriquecían aún más el mundo ficticio que estaba creando.

La última decisión que tomé fue: ¿magia o tecnología? ¿Iba ambientar la novela en un escenario de ciencia ficción o de fantasía?

De hecho, no tomé jamás esa decisión, la mantuve siempre en el aire. Sabemos que hay una serie de elementos (lo que en la novela llaman «los mensajeros») que son la base de todo lo que los hombres han construido en ese mundo. ¿Son canales para la magia, son un producto tecnológico, son la voluntad de Dios actuando sobre el mundo? Decidí que ésa era una cuestión que no iba a resolver narrativamente, que no le daría respuesta a eso. En mi interior, sé lo que son los mensajeros, qué hacen exactamente, por qué están ahí y de dónde han salido. Pero en el contexto de la novela, ni se sabe ni importa.

Dices que el mundo ficticio donde ambientas El adepto de la Reina fue creciendo mientras escribías. ¿Lo suficiente para más de una novela?

En realidad, así es.

Es curioso cómo la geografía acaba condicionando la narrativa. No tardé en comprender que necesitaba un mapa. Simplemente, necesitaba saber dónde estaba cada sitio, con qué hacía frontera, si tenía mar o no, si era un terreno llano o montañoso, los ríos que había y por dónde pasaban. Necesitaba definir el paisaje por el que iba a mover a mis personajes y la forma más rápida de hacer eso era trazar un mapa.

Fui llenándolo de detalles un poco al azar, simplemente porque me parecía apropiado o quedaba bien. Y luego, a medida que la novela avanzaba, comprendí que el haber situado un bosque allí, una montaña allá o un desierto en algún otro sitio me venían de perlas o incluso me sugerían pistas para la historia que estaba contando.

Y, en ocasiones, no tardaba en encontrarme con elementos que no tenía sentido usar esa novela, pero que le aportaban más solidez a todo el conjunto y, poco a poco, me iban dando un panorama bastante completo del pasado del mundo que estaba creando y de algunas zonas oscuras de su presente.

Llamé al escenario Érvinder (un homenaje a Rober Erwin Howard), y hay mucho de él que fui creando, ya no con vistas a El adepto de la Reina, sino pensando en posibles historias futuras.

De hecho, en estos momentos estoy en las primeras páginas de lo que puede ser la segunda novela, una historia que se ambienta en lo que sería el equivalente a Japón de ese mundo.

¿Crees que tus lectores te seguirán por este nuevo camino?

Supongo que sí. Me han ido siguiendo con el paso de los años, a medida que iba probando cosas nuevas y tanteando —y a menudo mezclando— nuevos géneros. Si la novela es buena, si has dado con una buena historia y has sabido contarla de modo que sea interesante, los lectores te seguirán.

Sin embargo, a menudo has encontrado a lectores que te reprochan que ya no escribes ciencia ficción.

A lo que yo respondo que nunca he dejado de escribirla. Que todas mis novelas, incluidas la que parecen fantasía pura y dura son, en el fondo, ciencia ficción, porque nunca he abandonado el enfoque racionalista que, para mí, es lo que define la ciencia ficción como forma de literatura no realista.

Pero sí, entiendo lo que dicen. Y es cierto que he dejado la ciencia ficción más «explícita», por llamarla de algún modo, un poco de lado. Mi última novela de CF es El sueño del Rey Rojo y ya tiene cinco años.

Lo único que puedo decir, citando a Terminator, es que volveré. Tarde o temprano, de un modo u otro volveré a la ciencia ficción. Tal vez no al cyberpunk, como algunos me han pedido. Pero hace tiempo que pienso que es hora de que me haga un space opera desenfrenado y cañero. Sin prejuicios ni cortapisas ni otra pretensión que la de entretener desde la primera página a la última.

Ya veremos.

¿No crees que la gente puede pensar que has acabado publicándote tú mismo porque nadie más quería publicarte?

Supongo que sí. De hecho, es algo que me sorprende que aún no se haya comentado públicamente. Y, si somos estrictos, la acusación es cierta.

Si publico El adepto de la Reina a través de Sportula es porque no conseguí interesar lo suficiente con ella a los editores que me interesaban y los editores que podrían haberse interesado por ella no me interesaban a mí.

Y, por seguir hurgando en la herida, ¿no tienes la impresión de que todas las referencias a lecturas y películas de otros autores que intercalas en la novela darán gasolina a los que dicen que sólo escribes para frikis?

Es posible.

Lo gracioso es que si llenase mis libros de referencias a elementos de la cultura clásica, en vez de hacerlo con iconos de la cultura pop, no se me acusaría de escribir sólo para culturetas, sino que se me alabaría por ello. Prefiero no seguir por esa línea, porque me temo que expresiones como «esnobismo intelectual» iban a acudir a mi boca a no tardar mucho.

Y lo más gracioso es que, en realidad, quienes piensan eso que habéis comentado son precisamente las personas que pillan las referencias friquis. Un lector que no las capte no tendrá la sensación de que hay algo que se ha perdido ni disfrutará menos de la novela porque crea que le falten referentes. Si en algo tengo siempre un cuidado extremo es que los «chistecitos», por llamarlos de algún modo, sean simplemente un extra, no un elemento fundamental y necesario para entender y disfrutar lo que escribo. Serían precisamente los lectores con el bagaje adecuado para pillar las referencias friquis los que se podrían quejar por ellas. Lo cual no deja de ser paradójico.

Un poco.

Con nueve novelas publicadas y dos libros de cuentos a tus espaldas, de pronto te lías la manta a la cabeza y te lanzas a esta aventura. ¿Por qué? ¿Qué es lo que te motiva a hacer algo que, sin duda, supone un trabajo extra y que no tiene garantías de éxito?

Bueno, garantías… no tengo ninguna garantía de éxito publique como publique y lo haga donde lo haga. Que esta aventura tiene sus riesgos es evidente, pero también tiene muchas posibilidades interesantes.

Y en realidad, el modo en que me fui planteando el asunto fue tan paulatino que en ningún momento tuve la sensación de estar tomando ninguna gran decisión o dando un paso importante.

Me planteé la idea de publicar de este modo, aprovechando las nuevas tecnologías de impresión digital bajo demanda y los nuevos canales que hay para llegar al público porque llevaba un tiempo queriendo reeditar mis antiguos trabajos de los años noventa, especialmente el ciclo narrativo de Drímar, que nunca fue publicado de un modo unitario. Había interés hacia esas obras (y lo sigue habiendo) en grupos de aficionados, gente que buscaba novelas que ya estaban agotadas o se preguntaba dónde podría conseguir tal o cuál cuento.

Así que había un mercado para eso. Aunque fuera un mercado demasiado pequeño o demasiado a largo plazo para interesar a un editor.

Partiendo de esas premisas, la idea de emprender yo mismo esa tarea no tardó en ser evidente. Era factible, era posible, la tecnología me lo permitía y podía hacerlo sin que el riesgo económico fuera excesivo.

Y, de hacerlo, quería hacerlo mínimamente bien. Crear un sello editorial que hiciera fácilmente reconocibles esas publicaciones y pudiera facilitar su distribución. Establecer unas bases lo más sólidas posibles para que, en el caso de que la cosa funcionase, pudiera crecer y albergar nuevos proyectos.

Pero, pasar de pensar en reeditar novelas que están agotadas a plantearte publicar de ese modo tu último libro es un salto importante.

Lo es, pero no tengo la sensación de haber dado ningún salto. Como digo, fue algo paulatino.

Mientras iba ultimando los detalles de lo que sería Sportula, terminé El adepto de la Reina y empecé a moverla por los editores con los que suelo trabajar. La respuesta que obtuve no me sorprendió demasiado: la novela gustaba, pero en estos momentos no era un tipo de libro en el que confiasen lo suficiente. Preferían cosas que se pudieran vender sin tener el estigma de ser «demasiado» de género.

Ya os digo, eso no me sorprendió, a la vista cómo había ido evolucionando el mercado en los últimos años. Y no tardé en comprender que si quería publicar El adepto de la Reina tenía que ir a otros sitios. Los lugares más obvios eran los pequeños editores semiprofesionales que han ido surgiendo en los últimos diez o quince años y que se especializan en ciencia ficción, fantasía o terror.

Pero cuanto más pensaba en la idea, menos me gustaba. No porque tenga nada contra ese tipo de editores, eso que quede bien claro. Hacen una labor importante y, muchos de ellos, de calidad. Pero no dejaba de decirme a mí mismo que las posibilidades comerciales de tirar por ahí eran limitadas.

¿Podía haber una alternativa? Bueno, la tenía ante las narices y no la veía. Aunque no tardé mucho en hacerlo.

Hagamos una apuesta, me dije. Apostemos a que a través de Sportula soy capaz de hacer que la carrera comercial del libro sea, como mínimo, tan buena como lo sería publicando con un editor semiprofesional. Añadamos a eso la ventaja de controlar al 100% el producto y, sobre todo, de no tener que preocuparme nunca más de si el editor iba a querer reeditar el libro cuando se hubiera agotado la tirada. Eso no pasaría jamás: gracias a la impresión digital bajo demanda la novela estaría siempre disponible.

Esa fue la apuesta que me hice a mí mismo. Y en ese proceso estoy ahora.

¿Tendrá continuidad?

Depende de cómo funcione. Sportula, como canal para novedades, para ir sacando a través de ese sello algunos de mis próximos libros, va a depender de cómo funcione El adepto de la Reina, de hasta qué punto puedo llegar a través de este nuevo canal a mis lectores habituales o incluso, si hay suerte, conseguir nuevos lectores.

Como idea para reeditar material antiguo y hacer que esté siempre disponible en el mercado sigue siendo válida. Y, en esa vertiente, puedo decir que sí, que tendrá continuidad. Al fin y al cabo, ahí el objetivo es distinto, partiendo siempre de la idea de que las ventas de ese tipo de material serán más escasas y a más largo plazo. Con eso en la cabeza, es viable económicamente, sin la menor duda.

De las distintas opciones que tenías a tu alcance te decides por Amazon. ¿Por qué?

Probé varios lugares. Distintas webs, por ejemplo, que ofrecían servicios muy similares a los de BookSurge (el servicio de edición de Amazon) pero que no terminaron de convencerme del todo: sus costes por ejemplar son adecuados, tal vez, si uno no aspira más que hacer una pequeña edición privada para distribuirla entre conocidos, pero inviables para una carrera comercial mínimamente decente.

Me quedaba la opción evidente de tratar directamente con la imprenta. Y estaba casi convencido para seguir ese camino —camino que no descarto para el futuro— cuando descubrí el servicio de edición de Amazon.

No tardé en ver que me ofrecía varias ventajas. La primera y más evidente tener el libro al alcance de todo el mundo (literalmente) a través de la web de Amazon. Y eso conllevaba una ventaja adicional. Sportula es algo pequeño, mucho, y con una capacidad de maniobra limitada. Tener que crear nuestra propia web para vender online los libros de Sportula, por ejemplo, representaba un esfuerzo bastante grande. Posible, asequible, pero quizá excesivo.

Cierto que, ahora mismo, hay unas cuantas librerías online donde hemos ido colocando el material. Y están las librerías tradicionales, donde también nos interesa estar presentes, y a las que, poco a poco, vamos intentando llegar. Pero queríamos tener un canal de venta centralizado, un lugar que fuese el principal punto de venta. Amazon nos ofrecía eso.

Y añadía la posibilidad de llegar a Latinoamérica a un precio asequible, otro de los factores que hicieron que acabara de decidirme por BookSurge.

Si analizamos un poco tu trayectoria vemos que no es la primera vez que te involucras en los aspectos más «técnicos» del proceso de publicación. En su momento maquetaste algún fanzine y puntualmente co-editaste y coordinaste algunos libros. Nos preguntamos hasta qué punto Sportula es tu intento de convertirte, con cierta discreción, en editor. Y que, tal vez, empiezas publicando una de tus novelas para no hacerlo demasiado evidente.

Tal vez.

Pero, en cualquier caso, eso sería algo para pensar con tranquilidad y a medio plazo. Mis prioridades en este momento pasan por hacer funcionar el experimento tal como está ahora. A partir de ahí, podré plantearme, o no, nuevas posibilidades.

Veamos. Se suele decir que según profundiza en su obra, un escritor se va encontrando a sí mismo. Tras más de veinte años publicando, cuando alguien me pregunta, soy incapaz de responder cómo es Rodolfo Martínez como escritor, qué valores trasmite… entiéndase aquí qué visión del mundo es la que trasmites, qué personajes quedan, la transformación de vivencias propias en materia literaria. Cómo se inserta tu obra en el ambiente que te rodea… ¿Qué responderías tú a esa pregunta?

La salida fácil es, obviamente, decir que no soy yo quien tiene que responder a esas preguntas, sino los lectores (y supongo que especialmente esa subclase de de lectores llamados «críticos»).

Claro que eso, aunque es cierto, sería hacer trampa.

Soy, obviamente, hijo de mi tiempo, como todo el mundo. ¿De qué modo se refleja eso en lo que escribo, de qué manera mi visión del mundo acaba pasando a mi literatura? Supongo que de muchas. Y sospecho que de la mayoría de ellas no soy consciente.

A un nivel más personal, tengo algunas características muy claras como escritor: personajes que casi nunca tienen familia —o se la crean ellos mismos; una familia que es más de relaciones que “biológica”—, con cierta obsesión por rebuscar su propio pasado, a menudo oculto, y relaciones sentimentales un tanto disfuncionales. Y, sobre todo, una evidente fascinación por mi parte por los recovecos más oscuros de la mente humana. Mis mundos literarios están llenos de sombras, de esquinas y vueltas en el camino y el bien y el mal es algo casi siempre impreciso. Mis personajes buscan respuestas a su propia vida y pocas veces las encuentran. Y, cuando lo hacen, no resultan demasiado satisfactorias.

En cuanto a la transformación de vivencias propias en materia literaria, están ahí. Lo estarían, seguramente, aunque yo intentase que no lo estuvieran.

Todo en mi vida es, ha sido y seguramente seguirá siendo, material literaturizable que he ido usando en mayor o menor medida a lo largo de todo lo que he escrito. Incluso las novelas de apariencia más ligera, las que no parecen más que un simple divertimento, tienen elementos tomados de mi vida.

Sí que hay en buena parte de tus novelas y relatos una cierta constante: la figura de un creador imperfecto, o algún tipo de divinidad imperfecta, siempre tratado con un punto de vista racionalista. Es algo que está presente en el ciclo de Drímar, las novelas de Holmes o las historias del Gijón mágico.

Sin embargo en El adepto de la Reina no vemos ningún rastro de él. ¿Cuál es la razón? ¿Tiene algo que ver con el carácter más aventurero, más «ligero» tal vez, de esta novela con respecto a otras de tus creaciones?

Es cierto que no hay el menor atisbo de algo así. Y, como bien apuntáis, ha sido una constante a lo largo de toda mi obra, en mayor o menor medida.

No puedo decir mucho. Salvo que la figura de ese «demiurgo torcido» quizá esté acechando tras bambalinas, esperando el momento adecuado para hacerse presente en novelas posteriores del ciclo.

En cuanto al carácter más «ligero» de esta novela, no sabría muy bien qué deciros. Cierto que algunas de las cosas que escribo tienen, para mí, una implicación personal más cercana y otras las escribo desde una cierta distancia. Pero salvo eso, nunca he sentido que escriba obras más «ligeras» o más «densas».

Mis preocupaciones narrativas no suelen variar mucho. Busco historias que contar, historias que a mí mismo me parezcan interesantes —tal vez porque me ayudan a comprenderme mejor a mí mismo y el mundo en el que vivo— y a las que vea posibilidades de que interesen a otras personas. Tras eso, me centro en contarlas del mejor modo que sé.

¿Y qué implica eso exactamente?

A decir verdad, una combinación de muchas cosas. Mi interés primordial es que, una vez que el lector empiece a leer, no pueda dejar la lectura hasta el final. Engancharlo, si es posible, desde la primera página.

¿Qué herramientas uso para hacer eso? Todas las que puedo. Jugar con el narrador, con el punto de vista, con el fluir temporal, con los ritmos y los golpes de efecto, con la estructura…

Pero eso es pura técnica.

Técnica siempre al servicio de lo que narro, o eso intento. Además, de nada te sirve tener la mejor historia del mundo si no sabes narrarla. Cualquiera que haya intentado contar un chiste sabe eso. Y eso, el “saber narrarla”, es técnica.

Pero detrás tiene que haber algo más, ¿no? Volviendo un poco sobre lo que comentábamos antes: unos ciertos temas comunes, obsesiones personales, un modo de ver el mundo.

Quizá. Como dije, no soy seguramente el más adecuado para juzgar esos elementos. Y, a menudo, no soy consciente de que ciertas constantes están ahí hasta que alguien me lo hace ver.

El tema del «demiurgo torcido» que mencionabais antes puede ser un buen ejemplo. Es cierto, es una constante en buena parte de mis novelas. Miro hacia atrás y veo con claridad que está ahí y que ha estado ahí desde hace tiempo. Pero, hasta que no me lo hicieron notar hace algo más de un año, no era consciente de él.

Así pues, es muy posible que haya otros elementos característicos en lo que escribo de los que yo no soy consciente.

Lo que es evidente es que, cuando encuentro interesante una historia, es por un motivo. Es porque tiene ciertos elementos que hacen que le dé vueltas, me obsesione con ella, me plantee ciertas preguntas, me provoque determinadas reflexiones, me lleve por ciertos caminos…

Pero todo eso se cuece, la mayoría de las veces, a un nivel puramente inconsciente. Sé que una cierta historia, una cierta peripecia o un cierto tipo de personajes inmediatamente atrapan mi atención, pero no suelo saber por qué.

¿Qué opinarías cuando, con la que está cayendo, alguien diga dentro de muchos años: Rodolfo Martínez, un escritor de serie Z que escribía novelas escapistas…?

¿Escapistas? Confieso que, como lector, nunca he sido capaz de distinguir entre una novela escapista y otra que no lo es.

¿De serie Z? Habrá quien piense eso, sin duda. No hace falta añadir que no me veo así a mí mismo. Pero, en todo caso, la última palabra sobre eso la tendrán los lectores, lógicamente.

Y, dinos, ¿cómo concilias la creación de algo como Sportula con lo que has opinado siempre? Si no recordamos mal, siempre has manifestado que la autoedición no era el camino adecuado para un escritor profesional. Nos viene a la memoria, de hecho, una discusión de hace años en los foros de Cyberdark en la que mantenías una oposición bastante firme a la idea.

Sí, recuerdo esa discusión.

Y, aunque pueda parecer sorprendente, mi opinión no ha variado en lo básico.

Había varios puntos en aquella discusión respecto a los que mi posición no se ha movido una micra. Como el hecho de que no tiene valor alguno que un supuesto editor al que tú le vas a pagar toda la edición te diga que eres lo más maravilloso desde Shakespeare, que eres Faulkner, Benet y Onetti en un solo escritor. No arriesga su dinero al publicarte, sino el tuyo. Sus cumplidos son, por tanto, vacíos. Es de lógica.

Y sí, sigo pensando que si uno tiene una obra y cree que esa obra le puede interesar al público debe ser capaz de convencer a un editor para que invierta en ella. Si no lo consigue con ninguno es que algo falla. Y generalmente, no falla en el sistema, sino en él.

Sigo viendo así las cosas.

Y sin embargo, creas algo como Sportula donde, al fin y al cabo, reduciéndolo todo a lo básico, eres tu propio editor. ¿No es contradictorio?

Un poco. Y si las cosas fueran distintas es muy posible que ni me lo hubiera planteado. Si el mercado editorial fuera el de hace unos cinco años, Sportula no tendría ninguna necesidad de existir.

Supongo que debería sentirme incómodo ante esa contradicción. Y, curiosamente, no es así.

A estas alturas… Bueno, digamos que he demostrado con nueve novelas (y algunas reediciones y traducciones) que puedo ser una inversión rentable para un editor. Ya he estado ahí fuera y he estado batiéndome el cobre, como si dijéramos. Y el objetivo ahora mismo no ha variado: buscar el camino más adecuado, más directo para llegar a los lectores. Y, para ello, usaré el medio que crea más conveniente según las circunstancias.

Y, en las circunstancias actuales, Sportula me parece que puede ser un buen medio (con posibilidades interesantes) para llegar a los lectores.

¿Crees que a alguno de los autores ya asentados del género en este país (Aguilera, Marín, Barceló, Vaquerizo, Mallorquí…) puede interesarles esta forma de edición para su propia obra?

Ni idea. Supongo que a algunos les parecerá una idea interesante y a otros, no. Eso tendréis que preguntárselo a ellos.

Tú no lo has hecho.

Pues no, la verdad. Les he hablado de Sportula a algunos y otros, supongo, se habrán ido enterando por su cuenta.

Pero la reacción a tu iniciativa, ¿ha sido en general positiva, negativa, indiferente?

Yo diría que el término más adecuado es «prudente». En general, todos coinciden en verlo como una idea con posibilidades, con aspectos interesantes, y también coinciden en esperar a ver qué pasa.

Actitud que, por otra parte, me parece perfectamente lógica.

¿Y cuáles son tus expectativas?

Depende de los días. Aunque, en general, soy moderadamente optimista y creo que el invento funcionará, lo bastante al menos para que los libros encuentren a sus lectores, la cosa sea rentable y pueda seguir con ello.

Esperemos que sí.

Sportula y El adepto de la Reina son, en este momento, tu presente. ¿Y para el futuro próximo?

No lo sé. Nunca hago planes con tanta antelación, que decía Rick Blaine.

Pero, como siempre, un poco de todo. Trabajar en mi próxima novela, darle vueltas a un par de cuentos que llevan un tiempo rondándome la cabeza. Trabajar en la promoción de El adepto de la Reina. Ir preparando el siguiente libro de Sportula, que confío en que esté para la primavera…

Un poco de todo, como he dicho.

Gracias por tu tiempo, Rodolfo. Y suerte para todos tus proyectos.

Gracias a vosotros.