por Santiago Gª Solans

Cabos sueltosContinuando con la recopilación de las historias situadas en el universo de Drímar, este segundo volumen contiene tres narraciones, una de ellas inédita y dos ya publicadas ―alguna de ellas varias veces― con anterioridad:

Se abre el libro precisamente con la novedad: Bailando en la oscuridad. Situando la acción en la «resucitada» ciudad de Neoyorquia, que va recuperando poco a poco el esplendor perdido aunque todavía se encuentra muy lejos de ser lo que fuera en el siglo XX y desde luego dista mucho de los actuales oropeles de la capital, Drímar. En la ciudad, el detective privado, Roy Córdal, ex soldado y ex policia, se verá envuelto en un turbio asunto de drogas y asesinatos cuando una antigua conocida le pida que investigue en qué sucios asuntos se están internando un grupo de alumnos del instituto en que ella trabaja. Las derivaciones del caso pronto se revelarán mucho mayores de lo que aparentaban, con la vuelta de una temible droga pre interregno y antiguos asuntos sin resolver.

Es esta una historia de dobles vidas, de personas que llevan existencias secretas al margen de lo que de ellas conocen los que permanecen a su lado en el día a día. Y es también una historia de amores equivocados, enfermizos incluso, y de algunos rescoldos antiguos que, sin embargo, todavía calientan el corazón. La trama desvelará por un lado la doble vida de la estudiante que guarda un secreto para todos los que la rodean, que busca una salida a su verdadero ser encerrado en la rígida fachada que le impone su existencia y que se convierte de esa manera en juguete del destino; por otro, la del hombre de importancia que muestra un rostro a la sociedad mientras interiormente oculta su despreciable verdadera forma de ser. Y aún por un tercer lado, la del joven que sucumbe a sus pasiones interiores sin llegar a mostrarlas al exterior.

Jugando con los papeles que los estudiantes ensayan para una obra teatral del instituto, Martínez aprovecha en esta ocasión para hablar sobre las máscaras invisibles que portan los protagonistas ―que no son sino las que llevamos todos― y que muestran a los demás a través de un rostro que no es el auténtico, actores todos ellos de un drama que no han escrito, interpretando ante el resto del mundo sus propias vidas, con dos directores de escena, en las sombras, dirigiéndolo todo y forzando los destinos.

El segundo relato, también protagonizado por Roy Córdal, es El robot, premio Ignotus de relato de 1996. El autor nunca ha ocultado su «amor» y admiración por la obra de Isaac Asimov, así que seguramente era inevitable que en algún momento de su carrera literaria escribiera su particular homenaje a una de las más conocidas de las creaciones asimovianas: las leyes de la robótica. Al igual que, tras crear las tres leyes, muchos de los relatos «robóticos» de Asimov se centraron en ver cómo las mismas podían ser burladas o evitadas, Martínez sumergirá a su detective en la resolución de un crimen aparentemente imposible.

Después de haber participado en su inicial «formación» conviviendo un tiempo con él, Córdal es requerido para esclarecer cómo es posible, si es que es posible, que RAL-33 ―Robot con las Leyes de Asimov, prototipo número 33―, también conocido como Ralo, haya asesinado a uno de los científicos implicados en su desarrollo.

Se trata de un relato en el que Martínez vuelca gran parte de sus pasiones, con un buen número de referencias a relatos del propio Asimov, a películas y libros de la ciencia ficción clásica o a canciones de la cultura pop del siglo pasado, muchas de ellas directamente nombradas y otras rastreables ocultas en el propio texto, y que empezando con cierta sensación de ingénuo optimismo ―la consecuciónde un logro científico largamente aspirado― termina con un terrible poso de amargura. A pesar de su brevedad, y de una escritura se podría decir que «convencional» se antoja sin duda el más redondo de los tres relatos del volumen.

Cierra el mismo Este relámpago, esta locura, Mención especial del Premio UPC 1998 y premio Ignotus de novela corta en 2000. Ambientada muchos años después de los dos anteriores, es esta una muy particular historia de superhéroes ―o de superhéroe, en singular―, donde el autor da rienda suelta a su pasión con un curioso homenaje por este género en general y por Superman en particular, con una ambientación que remite directamente al cyberpunk. En otro alarde estilístico, manejando habilidosamente todos los recursos que la escritura y al ciencia ficción le permiten, Martínez ofrece al lector una doble narración en el tiempo, con dos voces distintas, la de Pierre de Charden, un sacerdote-profesor inmerso en una profunda crisis de fe, que desde su presente recuerda hechos acaecidos veinticinco años atrás, y la de Cara, una curtida e irónica ciberpirata amiga del mismo, que se muestra al lector a través de una serie de recuerdos o memorias volcadas y encerradas en un cristal de datos en poder de De Charden. La tarea recibida por el sacerdote de boca de sus superiores en la Orden de vigilar con especial atención a uno de sus alumnos, Karl Kennington, pronto revelerá presentar más complicaciones de las esperadas, y a las dudas crecientes sobre sus tambaleantes valores se va a unir la certeza de que la Orden Soyatu maneja una agenda oculta que poco o nada tiene que ver con el culto que han estado predicando durante largo tiempo.

A pesar de la pasión que destila, o precisamente por eso, es este un relato amargo y triste. El protagonista, De Charden, se debate entre el conocimiento de su propia cobardía pretérita y el recuerdo, doloroso, de los hechos que le llevaron allí. Es un hombre atormentado por los «fantasmas» de su pasado, por lo que debió haber hecho y lo que pudo haber sido. Solo su propia mano, aceptando el «soborno» de la Orden ―el ascenso a su curia―, ha permitido que las cosas hayan llegado donde se encuentran en ese momento. Desde el principio el sacerdote es un hombre marcado, amargado, un profesor que estableciera relaciones carnales con una de sus alumnas, y que cuando llegó el momento de dar el necesario paso adelante en defensa de sus principios se vino abajo, traicionándose a sí mismo. Tal vez ahora, tanto tiempo después le haya llegado la hora de la redención.

Desde la óptica de otra de sus pasiones confesas, los comic-books de superhéroes ―como también se puede observar en las últimas entregas de su serie dedicada a Sherlock Holmes―, Martínez ofrece su particular análisis sobre las posibles motivaciones e impulsos del superhombre, haciendo su reflexión personal sobre la famosa gran responsabilidad que acarrea todo gran poder; sobre la supuesta e imperiosa implicación del héroe en los asuntos del mundo que debería llevarle a tomar partido entre el Bien y el Mal, luchando contra el crimen o formando parte del mismo; o sobre si, más bien, el individuo dotado de esos poderes se decantaría por la búsqueda de la tranquilidad, de una paz que se antoja totalmente imposible de conseguir, apartándose del mundo condenándose a la soledad. A partir de una habilidosa deconstrucción del origen del mito, visto en esta ocasión desde una óptica absolutamente cientifista, el autor ofrece su particular visión sobre el intento de forzar a alguien a hacer aquello que no quiere y de los catastróficos resultados que suele acarrear.

Entre los comics atesorados por el protagonista y la creación del ficticio escritor Mijail Strasinsky, cuyo análisis de alguna de sus obras le permite al autor defender o plantear algunas de sus propias ideas, Martínez establece un particular juego metaliterario con los lectores, un cruce de referencias reales e inventadas con el que aprovecha para volcar allí sus filias y fobias y empujar a los protagonistas en direcciones concretas que tal vez de otra manera no hubieran tomado, planteando a través de las obras inventadas las preguntas que le interesa sean formuladas. El demoledor final ayuda a que la reflexión implícita sea más sorprendente si cabe.

Aunque de alguna manera parece fácil afirmar que el hilo conductor o la relación entre las tres obras recogidas en este volumen es la temática en la que se engloban, entre el thriller y la serie negra, siempre inmersos en la ciencia ficción muy personal del autor, en que todas ellas se desarrollan, se podría decir sin embargo que existe otra conexión «subterránea», aunque bastante evidente, entre los tres, y es la continua presencia, a veces soterrada de fondo, a veces con un papel instigador de la acción, de la Orden Soyatu ―cuya mano ya se dejaba notar en los relatos incluidos en El carpintero y la lluvia― e implícitamente por tanto del papel de la religión en esa sociedad futura. Es curioso cómo el autor gira en muchas de sus historias en torno al tema de las creencias, de la existencia ―o más bien inexistencia― de poderes superiores, y del peligro de las religiones organizadas mostradas en todo caso como instituciones perversas que solo buscan su propio beneficio terrenal, como si se encontrase embarcado en una particular cruzada para dejar bien claras sus postulados ateistas, aunque con tesis algo contradictorias en ocasiones. Como trasfondo de sus historias, es tan recursivo que casi se antoja una obsesión personal, aunque quizá sin mayor importancia.

De todas maneras, con una narración efectiva, muchas veces sorprendente, con una voz cercana y al tiempo usando recursos ciertamente atractivos e impactantes ―aunque quizá ya no tan arriesgados como los usados por ejemplo en Una agujero por el que se cuela la lluvia―, las historias incluidas en Cabos sueltos siguen siendo una lectura obligada para poder hacerse una imagen completa de ese futuro distópico que a lo largo de los años ha estado creando Martínez, al tiempo que se disfruta de una ciencia ficción inteligente llena de misterios que resolver en un perfecto maridaje entre serie negra y ficción especulativa.

Reproducido con permiso del autor.
Publicado originalmente en Lothlorien
© 2010, Santiago Gª Solans